24.3.07

La noche de los puntos

La tarde noche de ayer, viernes, estuvo claramente relacionada con los puntos, en algunas de sus múltiples acepciones. Lo que prometía ser una noche tranquila, dado que mi reciente lesión no me permite aún realizar grandes esfuerzos (así como mi edad, que ya empiezo a acusar) se tornó, cuanto menos, curiosa. En un principio, mi plan era sencillo: irme a casa a descansar, jugar un rato con la Play (la 2, que la 3 queda aún muy lejos para mí, digamos que un punto por encima), y echarme a dormir. Pero vayamos por puntos:

El punto final de mi jornada laboral y de la semana tendría lugar, salvo imprevistos de última hora, en la madrileña calle de Julián Romea, donde el número de pijos por metro cuadrado se dispara varios puntos por encima de la media a la que estoy acostumbrado. En esa tienda, donde tuve que dejar un aviso pendiente por falta de material echando así por tierra mi fama de que todo lo soluciono, había una encargada de las más exóticas que me he encontrado. No ella en sí, sino su procedencia india (evidentemente, india de las de punto, no de las de plumas) con quien estuve desplegando mi encanto natural que las vuelve locas a todas. A todas las mujeres, no a todas las indias. Eran las seis y media de la tarde cuando abandoné el comercio y dirigí mis pasos hacia Jarno. Pasamos entonces al punto siguiente.

Recordé que tenía puntos acumulados en el operador telefónico que me tima habitualmente así que decidí ir a preguntar si podía canjearlos por un teléfono nuevo, que ya que me roban de manera descarada, pues al menos que me regalen algo, ¿no? Así pues, terminé en la Plaza de España. Durante el trayecto estuve hablando con mi amigo Javi, en una actitud, niños y niñas, que no debéis repetir jamás (hablar por teléfono mientras se conduce) si no queréis ver reducida vuestra cuenta de puntos en el carnet. Quedé con mi interlocutor en pasarme por su casa una vez que hubiera concluido mis gestiones. Finalmente canjeé mis puntos por un Nokia y me dirigí a casa de Javi.

El plan, llegados a este punto, era, tal y como yo anhelaba, algo tranquilo. Cenar algo, echarnos una play y para casa. Así pues, decidimos lo que íbamos a tomar, que no era otra cosa que una pizza, si bien yo estaba un poco reticente debido a su procedencia (era del Dia). Entonces mi anfitrión decidió compartir conmigo un sabroso jamón que le habían regalado y que se dispuso a cortar mientras yo jugueteaba investigando un poco mi nueva adquisición, en esa actitud tan masculina de tratar de descubrir el funcionamiento de un aparato electrónico sin mirar las instrucciones de uso. En ello andaba enfrascado cuando me sobresaltó un grito pegado por Javi al más puro estilo Ronnie James Dio que me hizo pensar en un primer momento que las clases de canto que está tomando las estaba aprovechando tanto que se atrevía ya con el rock duro. Pero después, cuando le vi meter la mano debajo del grifo empecé a sospechar que en realidad se había cortado. Y un buen corte, por cierto. Le dije que mejor nos fuéramos a urgencias, que esa herida iba a necesitar algunos puntos de sutura para curarse mejor, mientras para mis adentros pensaba que adiós a la play. Fuimos en Lorenzo, el homólogo de mi querido Jarno, al hospital de Puerta de Hierro donde, a juzgar por el número de gente que allí había, debía haber citada una de las manifestaciones que tan habitualmente convoca el Partido Popular en los últimos tiempos para protestar por todo. Así que me tocó aguardar en la sala de espera a que Javi saliera con la mano cosida. Lamentablemente, su naturaleza no es tan curiosa como la mía y no le interesó saber el número de puntos que adornaban en ese momento y durante los próximos días su mano izquierda. Le comunicaron, eso sí, que el percance no le iba a impedir trabajar por lo que no le darían la baja. Sí, sí, eso está muy bien, pero ¿y la play?

Así pues, regresamos a su casa y, como si de un deja-vu se tratara, volvimos al mismo punto que antes, si bien el jamón preferimos dejarlo intacto. Cenamos y decidimos cambiar la play por la televisión. Eran casi las doce de la noche y en uno de esos canales del Digital por los que yo me pierdo, empezaba un partido de baloncesto de la NBA entre Toronto Raptors y Denver Nuggets que decidimos visionar, si bien ambos pegamos un par de cabezadas. El interés fundamental era el de ver a los dos españoles que juegan en el equipo de Canadá (Jorge Garbajosa y José Manuel Calderón). Al final, el mejor del partido fue el primero, que anotó 22 puntos, lo cual no está nada mal. Así pues, ya un poco cansado, me fui para casa, donde llegué después de tener que dar un generoso rodeo debido a la manía de ese alcalde que tenemos de cerrar el parque del oeste durante todo el fin de semana. Y, por fin, mi cama y a dormir.

Y punto final.

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