28.3.07

El ídolo de "Tu ídolo"

En ocasiones idolatramos a alguien por ser muy bueno en lo que hace, aunque personalmente deje mucho que desear. Otras veces ocurre lo contrario, no destaca tanto en su trabajo, si bien como persona es alguien loable. Y hay otras, las menos, en las que ambas virtudes se dan cita en una misma persona. Este es el caso del personaje que nos ocupa, un jugador de baloncesto que ha labrado su carrera poco a poco, sin grandes alardes, pero demostrando una gran profesionalidad allá en donde ha estado.

Cuando era pequeño (de edad, puesto que el angelito mide 204 centímetros), soñaba con ser jugador de fútbol. De hecho, practicaba este deporte en su pueblo natal, Torrejón de Ardoz hasta que un día, el conductor de su autobús le recomendó que, dado su tamaño, se dedicara mejor al baloncesto. Le hizo caso y rápidamente entró en el equipo de Alcalá de Henares, donde comenzó a destacar de tal manera que pronto llegaron ojeadores de algunos equipos importantes para verle en acción. De hecho, se interesaron por él el TAU de Vitoria (Taugrés Cerámica por aquel entonces) y el Real Madrid (Real Madrid por aquel entonces). Y él, atlético de toda la vida, no lo dudó y aceptó la oferta del equipo vitoriano. En el TAU estuvo siete temporadas, hasta que decidió cambiar de aires y se marchó rumbo a Italia, donde permaneció cuatro exitosos años. Entonces decidió volver a España, donde se interesaron por él el Unicaja de Málaga y, nuevamente, el Real Madrid. Y nuevamente dio calabazas al club blanco y se decidió por jugar en la ciudad andaluza, donde se hizo un equipo a su medida para tratar de lograr títulos, los cuales llegaron. Poco después llegó el mundial de 2006 que España ganó en Japón y en el que fue incluído en el quinteto ideal del campeonato junto a su amigo Pau Gasol. Y su salto a la mejor liga del mundo, la NBA. Un novato de 30 años que empezó a ganarse el respeto de todos, que llegó con ganas de aprender, sin ningún tipo de soberbia a pesar de haber demostrado ser uno de los mejores jugadores del mundo en el mencionado campeonato de Japón. Aterrizó en Toronto, en un equipo humilde, al lado de su amigo José Manuel Calderón. Y pronto se ganó un sitio en el quinteto del equipo, algo nada fácil para un rookie.


Esta semana ha salido en todos los telediarios (al menos en la sección deportiva) por haber sufrido una grave lesión al intentar taponar una internada de Al Jefferson, jugador de los Boston Celtics. Se desequilibró en el salto y cayó mal sobre su pie izquierdo, que se dobló hacia afuera, partiéndose el tobillo. Las imágenes de Calderón tratando de calmarle en plena cancha mientras él gritaba de dolor son estremecedoras. Allí, ante la estupefacción de todos los presentes, los médicos le colocaron el tobillo, que se había luxado y posteriormente se lo llevaron en camilla, mientras el público del Boston Garden le despedía con una ovación. Le esperaba una operación y, después, unos seis meses de baja.

Existen muchos motivos para admirar a este jugador. Por su calidad baloncestística. Por su humildad y sencillez como persona. Por su afán de superación. Por ser del Atleti. Por su predisposición a hablar con todo el mundo. Por ser como es.

Con ustedes, Jorge Garbajosa.

27.3.07

Condiciones laborales

Cuando una persona está buscando un empleo, lo hace con la intención de que las condiciones que haya en ese empleo sean las mejores posibles. Evidentemente, a nadie le pagan lo que desearía (no sé si es porque deseamos mucho, porque pagan poco o por ambos motivos). Pero en un trabajo las condiciones económicas no es lo único que importa. Es importante también tener un buen ambiente, llevarse bien con los compañeros y compañeras, incluso con los jefes, si bien este punto suele ser más complicado. En líneas generales, en todos los trabajos se hace alguna parada para desayunar, aunque sea a las once y media de la mañana, o para tomar algo durante algún descanso. Pero no en todos, no nos engañemos, y aquí disponemos de la prueba:



Esta instantánea ha sido tomada esta misma mañana por el blogero conocido como "Tu ídolo" en uno de los almacenes de Dia. ¿Será éste el mejor trabajo para las personas anoréxicas?

24.3.07

La noche de los puntos

La tarde noche de ayer, viernes, estuvo claramente relacionada con los puntos, en algunas de sus múltiples acepciones. Lo que prometía ser una noche tranquila, dado que mi reciente lesión no me permite aún realizar grandes esfuerzos (así como mi edad, que ya empiezo a acusar) se tornó, cuanto menos, curiosa. En un principio, mi plan era sencillo: irme a casa a descansar, jugar un rato con la Play (la 2, que la 3 queda aún muy lejos para mí, digamos que un punto por encima), y echarme a dormir. Pero vayamos por puntos:

El punto final de mi jornada laboral y de la semana tendría lugar, salvo imprevistos de última hora, en la madrileña calle de Julián Romea, donde el número de pijos por metro cuadrado se dispara varios puntos por encima de la media a la que estoy acostumbrado. En esa tienda, donde tuve que dejar un aviso pendiente por falta de material echando así por tierra mi fama de que todo lo soluciono, había una encargada de las más exóticas que me he encontrado. No ella en sí, sino su procedencia india (evidentemente, india de las de punto, no de las de plumas) con quien estuve desplegando mi encanto natural que las vuelve locas a todas. A todas las mujeres, no a todas las indias. Eran las seis y media de la tarde cuando abandoné el comercio y dirigí mis pasos hacia Jarno. Pasamos entonces al punto siguiente.

Recordé que tenía puntos acumulados en el operador telefónico que me tima habitualmente así que decidí ir a preguntar si podía canjearlos por un teléfono nuevo, que ya que me roban de manera descarada, pues al menos que me regalen algo, ¿no? Así pues, terminé en la Plaza de España. Durante el trayecto estuve hablando con mi amigo Javi, en una actitud, niños y niñas, que no debéis repetir jamás (hablar por teléfono mientras se conduce) si no queréis ver reducida vuestra cuenta de puntos en el carnet. Quedé con mi interlocutor en pasarme por su casa una vez que hubiera concluido mis gestiones. Finalmente canjeé mis puntos por un Nokia y me dirigí a casa de Javi.

El plan, llegados a este punto, era, tal y como yo anhelaba, algo tranquilo. Cenar algo, echarnos una play y para casa. Así pues, decidimos lo que íbamos a tomar, que no era otra cosa que una pizza, si bien yo estaba un poco reticente debido a su procedencia (era del Dia). Entonces mi anfitrión decidió compartir conmigo un sabroso jamón que le habían regalado y que se dispuso a cortar mientras yo jugueteaba investigando un poco mi nueva adquisición, en esa actitud tan masculina de tratar de descubrir el funcionamiento de un aparato electrónico sin mirar las instrucciones de uso. En ello andaba enfrascado cuando me sobresaltó un grito pegado por Javi al más puro estilo Ronnie James Dio que me hizo pensar en un primer momento que las clases de canto que está tomando las estaba aprovechando tanto que se atrevía ya con el rock duro. Pero después, cuando le vi meter la mano debajo del grifo empecé a sospechar que en realidad se había cortado. Y un buen corte, por cierto. Le dije que mejor nos fuéramos a urgencias, que esa herida iba a necesitar algunos puntos de sutura para curarse mejor, mientras para mis adentros pensaba que adiós a la play. Fuimos en Lorenzo, el homólogo de mi querido Jarno, al hospital de Puerta de Hierro donde, a juzgar por el número de gente que allí había, debía haber citada una de las manifestaciones que tan habitualmente convoca el Partido Popular en los últimos tiempos para protestar por todo. Así que me tocó aguardar en la sala de espera a que Javi saliera con la mano cosida. Lamentablemente, su naturaleza no es tan curiosa como la mía y no le interesó saber el número de puntos que adornaban en ese momento y durante los próximos días su mano izquierda. Le comunicaron, eso sí, que el percance no le iba a impedir trabajar por lo que no le darían la baja. Sí, sí, eso está muy bien, pero ¿y la play?

Así pues, regresamos a su casa y, como si de un deja-vu se tratara, volvimos al mismo punto que antes, si bien el jamón preferimos dejarlo intacto. Cenamos y decidimos cambiar la play por la televisión. Eran casi las doce de la noche y en uno de esos canales del Digital por los que yo me pierdo, empezaba un partido de baloncesto de la NBA entre Toronto Raptors y Denver Nuggets que decidimos visionar, si bien ambos pegamos un par de cabezadas. El interés fundamental era el de ver a los dos españoles que juegan en el equipo de Canadá (Jorge Garbajosa y José Manuel Calderón). Al final, el mejor del partido fue el primero, que anotó 22 puntos, lo cual no está nada mal. Así pues, ya un poco cansado, me fui para casa, donde llegué después de tener que dar un generoso rodeo debido a la manía de ese alcalde que tenemos de cerrar el parque del oeste durante todo el fin de semana. Y, por fin, mi cama y a dormir.

Y punto final.

21.3.07

¿Dónde compran los famosos?

Hoy, un compañero de curro al que coloquialmente llamamos "Cuco", por el personaje que interpretaba Gabino Diego en Torrente 2, ha llegado ilusionado a la oficina, con una noticia que estaba deseando contar. Y es que había visto a alguien famoso la tarde anterior comprando en un Dia (en la calle Lagasca, zona fina, pero un Dia al fin y al cabo). Todos, quien más quien menos, hemos visto alguno, pero él estaba particularmente emocionado. Cuando nos ha confesado la identidad del famoso en cuestión, hemos irrumpido en un sinfín de risas y de vaciles. Resulta que quien estaba haciendo su compra en un Dia era, nada más y nada menos, que la infanta Elena. ¡Haberle tirado una foto! "Sí, claro, si iba con los guardaespaldas y todo". No sé si ha sido un intento de impresionarnos, dado que el chaval lleva poco tiempo con nosotros, pero lo que ha conseguido ha sido lo contrario. Ha comenzado entonces una batería de preguntas jocosas: ¿Se había quedado Marichalar sin sus Choco Krispies para el desayuno? Los guardaespaldas qué estaban, ¿para empujar el carro? ¿Llevaba la infanta cupones de descuento? ¿Le dijo al Cuco la recurrente preguntita de "vas a cobrar"? ¿Se pondría a mirar el ticket de compra para comprobar que el precio del café era el que ponía en el estante? Después hemos empezado, aunque continuando con la coña, a decir que habíamos visto a Beckham en el Ahorramás, o al conde Lecquio en el Caprabo. Que no cuela, Cuco, que no cuela.

18.3.07

¿Dios existe?

Históricamente los filósofos y teólogos de todo el mundo han tratado de demostrar la existencia o la no existencia de Dios, o de un ser superior que todo lo ve y todo lo puede. Son diversas las teorías al respecto y para todos los gustos. Sucede además la particularidad de que todo el mundo tiene una opinión al respecto, muchos creen y muchos no, pero todos creen tener una idea acertada sobre el tema. Pero he aquí que yo, a la tierna edad de ocho años, hice mi más sorprendente y clarificador descubrimiento en esta cuestión. Comprobé empíricamente que Dios no existe. Y nada de utilizar complicados razonamientos que demuestren que lo que pudiera decir sea cierto o no. Mucho más sencillo.

Ocurrió en 1986. El Atlético de Madrid había llegado a la final de un torneo continental, la Recopa de Europa, en la que tenía que enfrentarse al por entonces poderosísimo Dinamo de Kiev en la francesa ciudad de Lyon. En mi casa estábamos todos muy ilusionados con la ocasión, teniendo en cuenta además que, siendo conocedores de la naturaleza del equipo madrileño, pocas ocasiones como aquella íbamos a volver a vivir. Bueno, en este aspecto yo no andaba tan seguro dado que, como ya he comentado, era tan sólo un tierno infante y no era aún demasiado experto en lo que es la historia e idiosincrasia de tan singular club. Así pues, el encuentro dio comienzo y pronto empezó a comprobarse que no era la tarde del Atlético o que sí lo era del equipo soviético. O ambas cosas. Lo que podíamos ver era lo que bien podía definirse como un repaso en toda regla, el equipo de Kiev manejaba a su antojo al madrileño, que vio cómo podía caerle lo que coloquialmente se conoce como "la del pulpo".

Al llegar el tiempo de descanso y viendo el espectáculo, siendo sabedor de que Dios está en todas partes, me encerré en el cuarto de baño para tratar de comunicarme con él. Le pedí, desde lo más profundo de mi corazón, que el Atlético de Madrid saliera campeón de la Recopa esa tarde. A priori, un favor sencillo para un ser que todo lo puede. Porque si se es omnipotente puede hacerse, incluso, que el Atleti gane algo, ¿no? Así que regresé al salón, donde mi familia aguardaba expectante al comienzo de la segunda parte con la esperanza de que cambiara en algo la situación en Lyon. Yo, por mi parte, mantuve un sepulcral silencio acerca de lo que acababa de hacer, sabedor de que Dios iba a obrar el milagro pero sin querer estropearles la sorpresa, como el padre que en la noche de Reyes no quiere romper la ilusión de su hijo o hija. Y comenzó la segunda parte. El Dinamo de Kiev seguía demostrando una insultante superioridad, practicaban un juego mecánico, como si fueran robots, sabiendo perfectamente lo que debía hacer cada uno en cada momento. Los comentarios a mi alrededor eran desalentadores, mientras yo seguía guardando silencio acerca del sorprendente final que se avecinaba.

El (¿sorprendente?) final fue una victoria para el cuadro ruso por 3-0, aunque pudieron ser bastantes más. Una vez que el árbitro decidió dar por terminada la final irrumpí en un inconsolable llanto que sorprendió a mis familiares. Y fue entonces cuando, entre lágrimas, les hice partícipes de la revelación que acababa de tener. "Dios no existe porque le he pedido que el Atleti ganara el partido y no lo ha hecho". No podía ser, era imposible. Le había pedido de manera sincera una victoria rojiblanca, y no sólo no sucedió eso, sino que cayó humillado a manos del cuadro soviético. La cosa estaba clara: Dios no existe. O eso, o que es madridista, que sería mucho peor.

17.3.07

Periplo londinense

Antes de caer lesionado de (poca) gravedad, el Ídolo había estado haciendo turismo por la capital de Inglaterra. Es decir, Londres. Hasta allí me desplacé con dos intenciones fundamentales: una era la de visitar a mi buena amiga Laura (también conocida como La Malandrina), y la otra, que suponía el verdadero motivo del viaje, visitar el campo donde habitualmente juega como local el West Ham United. Todo eso del Big Ben, el Parlamento, la abadía de Westminster, el palacio de Buckingham puede ser muy bonito, pero lo que yo realmente quería conocer era el estadio de Upton Park. No obstante, traté de disimular durante mi estancia para que no se notara demasiado, pues es altamente probable que nadie más comparta esa afición y me tomaran por loco. O lo que es peor, por un friki. Disfracé mi deseo con el socorrido "si me da tiempo" y me dediqué a ver lo que frecuentan los turistas en la ciudad a modo de coartada dejando la ansiada visita para el último de los cinco días que iba a estar allí.

El primero de esos días, Laura me dejó solo durante la mañana pues tenía que atender asuntos personales que requerían de su presencia. Me dejó en el centro de la ciudad, donde está la mayor parte de edificios que frecuentan los turistas, y quedamos en que después me llamaba para comer. Así pues, me puse a hacer fotos a toda aquella parte de la ciudad para justificarme, para que cuando mi padre me preguntara que si había visto tal o cual cosa, poder demostrar que sí, si bien mi mente estaba en otra parte de Londres. Aun así, conseguí arreglármelas con un mini mapa que me había dado mi padre de la zona para tratar de ver el mayor número posible de lugares susceptibles de ser visitados. Cuando llegué, además, al palacio de Buckingham, estaba comenzando el cambio de guardia, un espectáculo para turistas (las verjas estaban repletas de ellos) en el que se tiran tres horas para relevar a los soldados. Todo ello con una banda de música que hacía que más que un acto solemne aquello pareciera el circo. Seguí mi ruta solitario-turística, encontrándome cada cierto tiempo gente que hablaba en castellano de manera perfecta. Incluso cuando querían preguntarle algo a un policía, británico él, que no hablaba nada de nuestro idioma. Resultaba curioso ver los esfuerzos de uno y otros para hacerse entender, aunque algún alma caritativa solía hacer acto de aparición para tratar de ayudar a los desesperados contertulios. Por otro lado, es de agradecer que en los pasos de peatones haya señalizaciones pintadas en el suelo que indican hacia dónde debe mirarse para cruzar, puesto que su terrible manía de conducir por la izquierda es, cuanto menos, confusa para el resto de mortales, tan poco acostumbrados a ello. Poco después, por fin, vino Laura y nos fuimos a comer, aunque casi podíamos haber ido a merendar, pues eran cerca de las cuatro de la tarde (cinco en España, excepto en Canarias). Anduvimos un poco más por la zona y nos fuimos para casa, que allí anochece muy pronto y los dos somos de naturaleza asustadiza.

El día siguiente, viernes, continuamos nuestro periplo, visitando, entre otras cosas, el Puente de la Torre y paseando por Oxford Street. De hecho, por esta calle, que, como el resto de la zona, estaba realmente atestado de gente, había una tienda de Nike, en la que entré con el sano propósito de buscar alguna camiseta del Atleti. ¡¡Y la había!! Después nos fuimos a tomar algo con mi amigo Javi, que había llegado ese mismo día allí para pasar el fin de semana. Estuvimos en un típico pub inglés en el que pude degustar un par de cervezas, que por cierto, siendo tan poco cervecero como soy, no me gustaron nada, acostumbrado como estoy a la Mahou, y no demasiado a menudo.

El sábado tuvimos la suerte de contar con la inestimable presencia de Nuria, la hermana de Laura que vive allí con ella. Si ya de por sí Laura es guapa (que lo es), su hermana es insultante. Al entrar en el tren que debía llevarnos a la ciudad, vimos un señor vestido con la camiseta del Arsenal y que había colocado en el asiento de al lado un abrigo del mismo equipo, amén de otro material como un periódico y una bufanda. Vamos, un hooligan en toda regla. Cuando amablemente le pedimos que si lo podía quitar para que alguno de nosotros pudiera tomar asiento, nos miró con cara de pocos amigos. Si hubiera hablado castellano, habría entendido perfectamente cómo entonces nos dirigíamos a él, hablando entre nosotros, como "el nota este" o "el figura". Incluso Laura, que estaba sentada enfrente (al lado del hooligan estábamos Nuria y yo), nos hizo una foto en la que se le ve claramente y que, además, sale mirando a la cámara, como si fuera parte de lo que se quería fotografiar. Y con cara de pocos amigos, por supuesto. Qué mal genio gastan estos inglesitos, oiga. Anduvimos fundamentalmente por Candem Street, una calle llena de comercios en la que los edificios están pintados y decorados como si fueran parte de la tienda que tienen en el piso bajo. De ahí al Soho a comer, por la noche una vuelta por la zona del Big Ben y para casa. Ya quedaba menos para que pudiera cumplir el objetivo del viaje.

Objetivo que cumplí el día siguiente, domingo. El único día de los que estuve allí que amaneció lluvioso. Una lluvia fina, que no molestaba en exceso, y que no iba a ser capaz de impedir mi peregrinaje a ese santo lugar. Después de hacer el moñas un rato por Hyde Park y Hammersmith decidí que era el momento, que ya estaba bien. Miré fijamente y muy serio a Laura y le dije: "Ahora". Todo lo que yo deseaba acudir al estadio, ella intentaba evitarlo, pero sabía que no había otra opción si quería tenerme contento. Así que tras recorrer las 24 paradas de metro (que vaya metro, por Dios, esa es otra), llegamos a Upton Park. Eran las dos de la tarde, y allí se iba a disputar a las cuatro un encuentro entre el equipo local, el West Ham, y su máximo rival, el Tottenham. Por lo tanto, la zona comenzaba a ser un hervidero de gente. El bar más cercano al campo estaba lleno de seguidores con sus camisetas granates y con media docena de policías esperando en la puerta para evitar incidentes. Laura debió percibir la emoción que por aquel entonces me embargaba, a medida que nos íbamos acercando al estadio, porque me avisó de que si me iba a poner a llorar, ella se cambiaría de acera (físicamente en aquel momento, no se quiso referir a que iba a cambiar su tendencia sexual), así que auné todo mi valor (que tampoco es mucho así que no fue excesivamente difícil) y me porté como un hombre. Incluso cuando estuvimos al lado del aparcamiento y vi cómo algún que otro jugador aparcaba su vehículo para adentrarse en el estadio. Incluso cuando entramos en la tienda del estadio y arrasé con todo lo que encontré a mi paso dejándome en ello casi todo el efectivo que para entonces me quedaba. Todo ello lo hice con una virilidad y un comportamiento exquisitos, lo que exigía el templo en el que nos encontrábamos.

Cuando abandonamos el lugar, con lágrimas en los ojos y una bolsa de la tienda en una mano, fue cuando me di cuenta de que el viaje había merecido la pena. La vida había vuelto a recobrar sentido para mí. Se puede decir que en mi existencia hay un antes y un después, y que ese punto de inflexión lo marcó Upton Park, el monumento londinense más impresionante de los que pueblan la geografía local (porque Laura y Nuria no son londinenses).

15.3.07

Semana de baja

Pues sí, señores. El ídolo lleva una semana de baja después de que el domingo pasado, durante el transcurso del segundo de los partidos de fútbol que suele disputar, le diera un pinchazo en el gemelo de la pierna izquierda. Ello supuso una rotura fibrilar, que así dicho puede parecer muy profesional, pero que no deja de ser un tirón que no le deja a uno caminar bien. Es por ello que, tras ir al médico, me dieron la baja (no va a ser antes, por otro lado).

Así que he estado durante toda la semana en casa, dado que debía guardar reposo, sin hacer nada y cobrando por ello. El sueño de cualquiera, vaya. No sé cómo puede haber gente que dice que después de varios días en casa, necesita ir a trabajar cuando está en la misma situación. Y una vez que no tiene uno nada que hacer y se pone a navegar por el ciber espacio, es posible encontrarse con cosas que llaman la atención y entonces es cuando piensa uno en su blog, en lo poco que ha escrito en los últimos tiempos y decide compartirlo con los lectores del mismo, ya sean muchos o pocos, pero con ellos al fin y al cabo. Con ustedes, el reno Renardo, un artista. Que lo disfruten.



Y otra versión, en este caso de Paulina Rubio, con un tema un tanto escatológico pero que a todos, en mayor o menor medida, nos ha pasado. Y quien diga que no, miente.