29.8.06

Nostalgias

Tras visitar el blog del amigo Mikel de Tellagorri, y más concretamente el post en el que ponía un videoclip del grupo Extremoduro, me ha dado por pasear un rato por la memoria, llegando a etapas de mi infancia en las que no tenía preocupación alguna, más que hacer el cabra y pasarlo bien. Y parte del ocio era ver algunas series de televisión.

¿A alguien le trae algún tipo de recuerdo alguno de los videos que expongo a continuación?








27.8.06

Excursión a la montaña

Este fin de semana he tenido la oportunidad de hacer una excursión a la sierra de Gredos, concretamente a la zona conocida como Laguna Grande, con los habituales en mis aventuras de este tipo, escasas hasta ahora, Gonzalo, Toño y Arancha. El plan era el mismo que el año pasado: llegar hasta la citada laguna, tras una larga y sinuosa caminata que resulta más complicada aún con los kilos que llevamos en la espalda, comer allí, pasar la tarde y la noche, y a la mañana siguiente volver por la mañana y retornar a casa, tras comer en un restaurante de camino en el que son bastante generosos con los alimentos.

Al llegar a la plataforma donde dejamos el coche, nos dedicamos a realizar el reparto de identidades de cara a la subida, como si fuéramos unos críos (en el fondo creo que lo somos). Toño sería Gianni Bugno, Gonzalo, Prudencio Induráin, yo mismo sería Claudio Chiapucci (siempre somos los mismos desde hace varios años) y, tras decisión popular, se decide que Arancha sea Laurent Fignon. Hale, los niños contentos y ya podemos comenzar el ascenso.

La primera parte es bastante dura: un suelo de piedras que no son lo mejor para los pies, amén de las correspondientes pendiente y longitud. Llegamos, tras un buen rato y cada uno a su ritmo, a la primera fuente, donde después de recuperar el fuelle y soltar alguna tontería, soy informado vía sms de la momentánea victoria de la selección española de baloncesto frente a la de Serbia en el mundial de Japón. Cuando nos adentremos un poco más en la montaña, perderemos la cobertura, por lo que agradezco la información recibida.

La segunda parte de la marcha no es tan dura, aunque sí peligrosa, pues a pesar de no ser una subida, el camino es de piedra y es probable algún resbalón con funestas consecuencias en el momento en que uno se descuide. Toño y Gonzalo vuelven a imponer un ritmo alto que ni Arancha ni yo queremos seguir. Hay que decir que las mochilas que llevan ellos son sensiblemente más pequeñas que las nuestras, por lo que, al estar todas llenas hasta arriba (incluso tenía que llevar yo el saco de dormir de Gonzalo), no hace falta ser un experto en física para deducir que llevábamos más peso que ellos. Tras llegar a la laguna y escoger un sitio donde descansar nos dedicamos a meter mano a las viandas que llevamos para la ocasión.

Pero no contábamos con una inesperada visita que no tuvimos el año pasado. Dos cabras, una madre y su cría andan pululando por la zona, hasta que, en mitad de nuestra comida, se acercan a nuestra posición. Como no somos precisamente unos expertos en biología, no sabemos el comportamiento que suelen tener estos animales cuando se te quedan mirando fijamente y hacen un ruido extraño con la boca. Nos da por pensar que quiere proteger a la cría y que va a emprender un furibundo ataque contra nosotros de un momento a otro. Nos da por pensar también que simplemente está mirándonos para ver si cae algo de comida. Comprobamos que, al dejar de mirarla, ella mira también para otro lado, si bien no se mueve de su situación. Con un poco de miedo en el cuerpo terminamos nuestra comida, aunque la cabra finalmente, viendo que pasamos de ella, decide irse con la música a otra parte.

Más tarde, durante la siesta, puedo comprobar que estos animales son más cobardes (o digamos mejor precavidos) que nosotros, cuando un perro de la raza caniche hace huir a dos fieras cabras a la montaña con un ataque frontal. Y quiero pensar que nosotros imponemos más respeto que un caniche. Problema solucionado. De hecho, más tarde, en un arranque de valentía por mi parte, logro hacer que una se vaya, acto que inmortalizo con la cámara y que, sin duda, es una muestra de la gallardía que me caracteriza.



La tarde pasa sin mayores anécdotas que las que surgen en una estancia de estas características, hasta que llega el momento más temido por mí y por mis compañeros. El año pasado no fui capaz de dormir más de una hora en toda la noche, lo cual, unido a la movilidad que necesité intentando buscar la postura adecuada para poder descansar bien y conciliar el sueño, propició que los que estaban a mi alrededor tampoco durmieran lo deseable. Pero en esta ocasión, pedí asesoramiento a mi hermano a la hora de adquirir material para la excursión de marras, dado que el año anterior había ido de prestado y él tiene alguna experiencia en marchas de este tipo, por lo que albergaba esperanzas de poder dormir y de no molestar al resto. Y tras contar las pertinentes historias de miedo que en realidad son comedias, puesto que las improvisamos sobre la marcha, nos metemos en los sacos y, sorprendentemente, logro dormir.

Por la mañana, como es habitual en mí, me despierto antes que los demás, por lo que decido ir a dar un paseo para hacer tiempo. Pero poco después entra en acción el "servicio de despertador de Gredos". Un helicóptero de la guardia civil comienza a sobrevolar la zona a escasa altura, por lo que despierta a los que estuvieran dormidos. La finalidad es la de multar a aquellos que hayan montado tiendas de campaña para dormir, pues en este país sólo está permitido hacerlo desde la puesta de sol hasta su salida. No sé por qué, pero por lo visto es así. Tras realizar su labor, tal como llegan, se van. Algo que decidimos hacer nosotros también, aunque no en helicóptero.

La vuelta resulta más sencilla que la ida, no sé bien por qué, pero ahora subimos mejor. Tras llegar nuevamente al coche a mediodía y tomar algo, vamos a comer a un peculiar restaurante. El único que conozco en el que es el camarero el que dice lo que vas a comer (y que no se te ocurra contradecirle): Migas, patatas revolconas, judiones y cordero asado. Es fácil deducir que salimos a cuatro patas del local debido a la cantidad de comida ingerida. Pero salimos al fin y al cabo.

De vuelta a casa, tras un fin de semana demoledor, de esos que hacen que termines con dolores en las piernas y con una imperiosa necesidad de descansar, pero contento por haber hecho algo distinto a "lo de siempre". Y pensando en repetir cuanto antes. Y después de escribir esto, me voy a dormir, o mañana no me levantan ni con grúa.

25.8.06

La uralita

Una de las aficiones que tenía cuando era pequeño / adolescente era irme a casa de mi vecino a gastar bromas a la gente. Supongo que todos, o casi todos, hemos pasado en mayor o menor medida por esa etapa durante nuestra edad del pavo. ¿Quién no ha hecho llamadas telefónicas a desconocidos con algún chascarrillo con el fin de echarse unas risas a costa del interlocutor en cuestión? ¿Quién no ha tocado en algún telefonillo y ha salido corriendo, o ha preguntado alguna tontería? Pero una de nuestras gracias favoritas era tirar cosas por la ventana a la gente que por la calle pasaba: huevos, globos de agua, cebollas, patatas.... Ya desde pequeños mostrábamos nuestra faceta más macarrilla, pero hubo un día que toda esa afición se desvaneció bruscamente.

Estábamos como otras veces tirando cosas y arrastrándonos por el suelo de la risa (simples que éramos... ¿o seguimos siendo?). Mi vecino (al que llamaremos de aquí en adelante El Sunder), dio muestras de su gran puntería cuando, cebolla en mano, dijo que se la iba a tirar a un coche que estaba aparcando en la urbanización de enfrente. Apuntó, disparó... y coló la cebolla por la ventanilla del sorprendido conductor, que debió, como se dice comúnmente, fliparlo en colores. El lanzamiento tuvo su mérito, si tenemos en cuenta que fue realizado desde un octavo piso. El vehículo, no obstante, siguió su camino hasta su lugar de aparcamiento. No se trataba en este caso de un parking subterráneo, sino de uno al aire libre, con la única protección de una capa de uralita que cubría la fila entera de vehículos. Ahí se detuvo el coche. Y supongo que los minutos siguientes los dedicó a pensar qué era lo que había entrado en su coche de esa manera tan expeditiva y, una vez descubierto, cómo había ido a parar la hortaliza en cuestión al interior de su vehículo. En ese intervalo de tiempo yo tuve una feliz idea. Llenamos un tetra brik recogido de la basura de agua, lo grapamos para que no se saliera el líquido elemento y nos dispusimos a lanzarlo, tal y como llevábamos haciendo un buen rato.

Le dije al Sunder que lo tirara a la uralita, que molaba mucho cómo sonaba. Dicho y hecho. Efectivamente, sonaba como un petardazo (aunque yo, dada mi poca familiaridad con la física, no había previsto que la uralita se rompiera). El destino, la puntería de mi compinche (¿o era yo su compinche?) o quién sabe qué, dispuso que el tetra brik en cuestión cayera justo al lado del vehículo cebollero, en cuyo interior aún se encontraba el atónito conductor, que debió quedarse aún más atónito al comprobar ese nuevo ataque sufrido. Debió pensar entonces que alguien quería acabar con él, y en ningún momento se le habría pasado por la cabeza que eran dos capullos con mucho tiempo libre los autores del bombardeo.

Pero la mala suerte quiso que el portero de esa urbanización viera todo lo sucedido, y tardara escasos quince minutos en venir a pedir explicaciones. Cuando le vi aparecer en la puerta de mi casa el mundo se me vino encima y pude ver claramente mi vida en imágenes en forma de película. Y era una comedia. Aunque para pocas risas estaba yo en ese momento.

Finalmente la cosa no pasó a mayores. Ni tuve que pagar los desperfectos (supongo que el seguro cubría los ataques de dos quinceañeros aburridos) ni tampoco el propietario del vehículo atacado. Pero estuvimos una buenta temporada con el miedo metido en el cuerpo y sin atrevernos a lanzar nada por la ventana... al menos desde la terraza desde la que lo hicimos aquel día.

24.8.06

138.252 €

¿Tiene precio una vida humana? Por lo visto, y para algunos, sí. Tras los brutales atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, se decidió "compensar" a las familias de las víctimas con una cantidad económica que, por muy grande que pudiera ser, nunca podría suplir el calor del familiar que se fue. No quisiera caer ahora en el dramatismo que ello supuso, sino plasmar aquí el homenaje que el grupo Stafas hizo al respecto en forma de canción.



Zarpazos que la vida a todos nos puede dar,
no es enemigo ni es rival.
Nunca verás sus ojos ni tampoco su forma de andar,
tú eres un número más.
Unos euros para secar
tus lágrimas sentada estás en el salón,
y nadie va a llorar por ti,
eres un número más.
Amarraíta a su foto te has quedado,
y pocos son los que te irán a consolar.
Los que pudieron evitarlo
no quisieron oír al pueblo
y aún no dejan de ladrar.
Quién dormirá tranquilo hoy,
si te arrancaron la raíz sin avisar,
pero al final alguien sí lloró...
el cielo de Madrid.

Pero sabes bien
que por mucho que te duela
tienes que volver a andar
y aprender a vivir con una herida,
la más amarga herida que no deja de sangrar.

Perdida toda la ilusión
sólo te quedan los recuerdos,
se encoge el corazón.
Oscura la noche y el día
y sin sus risas te preguntas,
y ¿por qué no fui yo?
No encontrarás contestación,
sólo tú sabes que el dinero no es un don
que te sirva para apagar la rabia y la insatisfacción.

Pálida suerte que borró
unas viñetas que estaban llenas de color.
El manual de la inconsciencia
se adueñó de ese señor
y no pidió perdón.
Alguien se lo va a recordar
y ese soy yo, cantando esta canción.
El ansia de poder fue su equivocación.

Pero sabes bien
que por mucho que te duela
tienes que volver a andar
y aprender a vivir con una herida
que no deja de sangrar.
Pero sabes bien
que por mucho que te duela
tienes que volver a andar
y aprender a vivir con una herida,
la más amarga herida que no deja de sangrar.

"...De lo que se estaba hablando, señorías, es de la muerte y las heridas de por vida padecida por seres humanos... ¿De qué se reían, señorías? ¿Qué jaleaban? ¿Qué vitoreaban en esta comisión?..."

6.8.06

Borreguito como tú

Este fin de semana está teniendo lugar el II Torneo Internacional de Madrid de Baloncesto, al que he decidido acudir, en el que participan España, Argentina, Lituania y Polonia. A pesar de no ser un entendido de este deporte, siempre me ha gustado ver los partidos de la selección, sobre todo desde que ésta es tan competitiva como lo es ahora. Y uno de los motivos por los que el baloncesto no termina de cuajar en mí como deporte predilecto es por la gran cantidad de horteras por metro cuadrado que se puede encontrar uno en una cancha. Se está copiando descaradamente el modelo yanki de este deporte en cuanto a "espectáculo" en tiempos muertos y descansos del partido.

Ayer, sin ir más lejos, cuando entré en el Madrid Arena (que también tiene tela el nombrecito), se estaba disputando ya un interesantísimo Argentina-Lituania, y me llamó la atención que hubiera un speaker narrando todo lo que ocurría en él. Que si dos puntos para Nocioni, que si triple de Macijauskas, que si arriba el público que parece que no hay argentinos ni lituanos.... Al principio lo puede uno tomar como una mera anécdota, pero puedo asegurar que tras llevar varios minutos oyéndole (el volumen de la megafonía es tal que escuchar y oír terminan siendo lo mismo) acaba uno un poco de los nervios. Los partidos en sí no estuvieron mal, especialmente el Argentina-Lituania que no se decidió hasta los últimos segundos y que terminaron ganando los argentinos por un solo punto.

Pero el plato fuerte, como no podía ser de otra manera, vino con el partido de la selección española. Y no me estoy refiriendo al encuentro en sí, que no tuvo mayor historia. Los organizadores del evento se han propuesto batir un récord, y juntar en un pabellón a nosecuantas mil personas con camiseta roja y bailando "Paquito el chocolatero". Ayer, durante las semifinales, se encargaron de recordarlo constantemente, pues el récord se quiere intentar en el descanso de la final. "Mañana todo el mundo con camiseta roja", fue lo que más se oyó. Así que ya sé con qué color no voy a acudir hoy al Madrid Arena.

Suponiendo que se logre batir el récord... ¿qué? ¿Nos creeremos mejores personas por lograrlo? ¿Nos darán algún tipo de bonificación en los puntos de los carnets de conducir? ¿Desgravará a Hacienda? Es lamentable que cumplamos todos como borreguitos lo que nos dicen que hagamos, todo ello casi siempre con fines comerciales (la brillante idea la patrocina una conocida marca de cerveza, que es la que utiliza la canción de Paquito el chocolatero en su campaña publicitaria). A mí que me dejen tranquilo viendo el partido y no me molesten con estas tonterías, que para hacer el capullo ya me basto y me sobro yo solo como para necesitar ayuda.

3.8.06

C.S.I. Vallecas

Éste no es el título de alguna de las divertidísimas (nótese la ironía, por favor) teleseries de Antena 3, sino las conclusiones que saqué el otro día tras una visita a una tienda Dia, valga la redundancia.

Acudía yo alegre y contento, cual Caperucita Roja que va a casa de su abuela, a realizar un aviso con la profesionalidad que me caracteriza, que no sé si es mucha o poca, pero es la que me caracteriza. El madrileño barrio de Vallecas era el escenario de mis canturreos, mientras llevaba en una mano mi carpeta de partes y en la otra la mariconera con las herramientas. Al llegar a la tienda me presenté y me enseñaron el cajón que debía arreglar o reparar. Y me puse manos a la obra.

Y enfrascado estaba en la reparación del mencionado cajón cuando de repente oigo en la puerta, a mi espalda: "Buenos días, policía científica". "¡Coño! ¡Los del CSI!" fue lo que dije. Para mis adentros, eso sí. El motivo de la visita de Grissom y los suyos era tomar huellas del cajón que habían forzado y robado en el transcurso de la mañana, para tratar de esa manera de identificar al autor material del delito. Entonces, tal y como me temía, la encargada le dijo que el cajón que habían robado... ¡¡era el que estaba reparando yo!! Vino hacia mí el ayudante de Grissom con cara de pocos amigos y me dijo, con unos modales poco televisivos, que qué hacía yo tocando el cajón, que no se puede tocar hasta que ellos tomen las huellas. Claro, yo le tuve que explicar que a mí me habían dado un aviso y lo tenía que atender, aparte de que no me habían comentado nada de ningún robo. "Te vamos a tener que tomar las huellas". Sin problema. Levanté mi dedo índice, esperando que me lo pringaran de negro, como cuando uno se hace el DNI. "No, no, de todos los dedos de la mano". "Sí, claro, y hasta las de los pies si quieres". Y en vez de pringarme la mano de negro, lo que hizo fue rociarme con un polvillo blanco, algo mucho más limpio y, ante los ojos ajenos, mucho más moderno y profesional. Después hicieron lo propio con el cajón y se fueron. Y ahí me quedé yo, reparando el cajón, contentísimo de haber podido colaborar con la justicia en tan delicado asunto.

Seguramente en los próximos días podremos ver en la prensa cómo han detenido al atracador de las tiendas Dia gracias al trabajo de la policía científica. Sólo espero que, con lo chapuzas que solemos ser los españoles, no se traspapelen las huellas y el que aparezca detenido sea yo. Cosas más increíbles se han visto desde luego.