21.7.07

Buenos y malos

En toda película que se precie, especialmente en las norteamericanas, hay buenos y malos. Los buenos son aquellos con los que se pretende que el público que vea el film se sienta identificado y sienta simpatía por él, aunque a veces sea un poco cabrón. Sus acciones suelen estar cargadas de buenas intenciones, como ayudar a la viejecita de turno a cruzar la carretera (menudo topicazo, las viejecitas en España se bastan y se sobran para cruzarla, incluso cuando el semáforo está rojo para los peatones), dar de comer a las palomas (para que luego pongan perdido de mierda nuestro coche o, incluso, nuestra persona) o ir a misa los domingos (con el manido traje de los domingos, como si a la iglesia no pudiera irse en vaqueros o incluso en chándal).

El malo, por contra, suele ser el personaje por el que el espectador debe sentir aversión. Sus fechorías pueden ir desde secuestrar niños hasta escribir "Lávalo, guarro" en los coches sucios. Esas películas buscan únicamente la muerte del malo a manos del bueno, que digo yo que si es capaz de matar a alguien no será tan bueno.

Pero hay más. Todos deseamos la muerte del malo de la película, su aniquilación, su exterminación. No nos importa nada, sólo que muera. Cualquier daño que pueda sufrir el bueno, aunque sea un corte afeitándose, lo sufrimos como propio. Cualquier desorden familiar que tenga, lo sufriremos como si fuera nuestra abuela la que está enferma, o como si fuera nuestro padre al que asesinaron en un oscuro callejón. Si algo le pasa al bueno, sufriremos al pie de su cama del hospital al lado de su mujer, nos preocuparemos como si fuera nuestro hermano el que allí se encuentra ingresado. Seremos, en definitiva, un miembro más de su familia.

Pero... ¿y el malo? ¿Acaso no tiene familia? Las películas suelen finalizar cuando el bueno mata al malo tras una lucha encarnizada, que no tiene nada que ver con Encarna Sánchez. Por tanto, no podemos ver las lágrimas de la madre desconsolada en el funeral de su hijo malvado. Ni podemos ver cómo sus hijos ya no tienen a su padre para que les ayude con las ecuaciones de segundo grado. Ni podemos ver la soledad de su mujer, si la tuviera, cuando por las noches buscara el calor de su pérfido marido sin encontrarlo.

Y eso por no hablar de los secuaces y trabajadores del malo. ¿A cuántos puede matar el bueno sin que deba responder por ello? Esos trabajadores suelen ser personas intrascendentes para el desarrollo de la historia, pero estamos en el mismo caso. ¿Acaso no tienen familia? Claro, el pobre hombre (o mujer) estaría buscando trabajo para mantener a esa familia, y qué le vamos a hacer si lo único que ha encontrado es de colaborador del malo. ¿No es la muerte un castigo excesivo? Aunque bueno, si luego van a matar a su jefe, se iba a quedar en el paro nuevamente, y así, por lo menos, su mujer cobrará la pensión de viudedad.

En definitiva, el bueno de la película será alguien capaz de cometer un genocidio, de dejar un sinfín de niños huérfanos y mujeres viudas, solamente por un sentimiento de venganza o para rescatar a su hija secuestrada. Y todos le aplaudiremos.

20.7.07

Censura

La Familia Real es intocable. O al menos eso se desprende de la noticia que nos hemos encontrado que hace referencia a una portada que en El Jueves dedican al Príncipe de Asturias y a su esposa. Es decir, que ya no sólo tenemos que mantenerlos sino que además debemos callar al respecto. No obstante, y a pesar de correr el riesgo de que me cierren el blog en un alarde de censura impropio de estos tiempos, voy a poner aquí la portada de la discordia, y que cada uno opine lo que considere oportuno.

15.7.07

Borat

Recientemente he tenido la oportunidad de ver la película de Borat. El argumento es sencillo: un reportero kazajo es enviado a Estados Unidos para realizar un documental sobre el estilo de vida en el país americano. Pero lo que pretende ser una feroz crítica contra ese estilo de vida norteamericano, se basa en dejar una imagen totalmente ridícula de Kazajstán y de sus habitantes.

Para abrir boca y la película, el protagonista nos muestra el pueblo en el que vive y los que son sus vecinos, gente tan diversa como el violador, al que define como "malo, malo", el electricista y abortador, que son la misma persona, o su propia hermana, de la que dice orgulloso que es la cuarta mejor prostituta del país. También tiene un hermano retrasado mental que vive encerrado en una jaula. Del mismo modo podemos descubrir algunos de los reportajes que le han llevado a ser el segundo mejor reportero del país (se ve que en Kazajstán les apasiona hacer clasificaciones de todo), como algo que simula ser un encierro de San Fermín, pero que en vez de toros, son judíos los que atemorizan a la gente. De hecho, durante toda la película se meten indiscriminadamente con los judíos.

Posteriormente, y acompañado del productor, Borat se marcha a Estados Unidos, Nueva York más concretamente, donde da rienda suelta a todo aquello que suele hacer un kazajo cuando sale de su país: tratar de saludar a todo el mundo por la calle dándole dos besos, lavarse la cara con el agua del retrete o confundir el ascensor del hotel con la que debe ser su habitación. Todo típicamente kazajo.

Más tarde, viendo un capítulo de Los vigilantes de la playa, se enamora de Pamela Anderson, y decide ir a California para casarse con ella. Por el camino (irá en coche), se encontrará con una serie de personajes con los que pretende realizar esa crítica al estilo de vida estadounidense, pero más parece que quiera reírse de los kazajos, que me pregunto qué le habrán hecho a este hombre para que se meta con ellos de esa manera.

Estados Unidos es un país muy criticable, sin duda, pero la crítica de esta película, que pretende ser mordaz, se basa es hacerlo con estadounidenses concretos, en situaciones concretas. Es algo parecido, aunque en otro ámbito, a aquel reportaje en el que paraban a norteamericanos por la calle para preguntarles, mapa en mano, por la situación exacta de Irak. Y todos nos sorprendimos y, en algunos casos, indignamos al comprobar la total ignorancia al respecto, así como de la situación geográfica de otros países como China o Korea. O nos enfadamos también cuando demuestran que no saben dónde está España. ¿Y si lo hiciéramos al revés? Deberíamos salir con un mapa a la calle de una ciudad española, como Madrid o Barcelona, y pedirle a la gente que nos encontremos que nos señale dónde se encuentra Soria, Albacete o Cuenca. ¿Lo sabrían todos? O, si de lo que hablamos es de geografía internacional, que nos indiquen dónde se encuentra Guatemala... o Perú... o incluso Nigeria. Porque catetos los hay en todos lados, y las cosas que se critican en el film podrían darse perfectamente en cualquier otro país que no fuera Estados Unidos.

Y con esto no pretendo defender ni al pueblo estadounidense ni a su modo de vida, pues tienen algunos aspectos que no compartiré jamás, pero si queremos hacer una crítica, deberíamos hacerla de manera coherente y dejar de ver tanto la paja en el ojo ajeno y empezar a ver la viga en el nuestro.

3.7.07

Algo se muere en el alma...


Hace años, mientras el Atleti disputaba sus partidos en el infierno de la Segunda División, tuvo lugar el debut en el Vicente Calderón de un crío de la cantera que estaba despuntando en las categorías inferiores. Su nombre era Fernando Torres y estaba llamado a convertirse en el ídolo de la afición del Manzanares. Contaba únicamente 17 años. Una semana después lograba su primer tanto con el equipo, en el estadio Carlos Belmonte de Albacete, con un servidor en las gradas siendo testigo de ello. El primero de una serie de goles que le han llevado, con tan sólo 23 años, a ser el noveno máximo goleador histórico del Atlético.

Cuando alguien se convierte en el ídolo de una afición, lo que se espera es que sienta los colores como cualquier hincha que va al campo. Pero ello no sucede a menudo y los jugadores suelen convertirse en mercenarios que trabajan para el que mejor pague, independientemente de esos colores. Por eso extraña cuando alguien es tentado año tras año por equipos europeos de los más importantes y la única respuesta que reciben es negativa. A pesar de acumular durante esos mismos años decepción tras decepción, de comprobar que los compañeros, supuestamente grandes estrellas o jugadores de élite, viven más preocupados de sus éxitos económicos que de los deportivos y actúan con total desgana en el campo. De ser el blanco de las críticas más feroces cuando el equipo no gana y de tener que escuchar cosas como que no da la talla.

Pero todo en esta vida tiene un límite. Los que admiramos a Fernando Torres, llevamos tiempo diciendo que se tenía que marchar del Atlético de Madrid. Para progresar como futbolista, pues está claro que aquí no van a hacer un proyecto a su altura. Para ganar algún título, porque está claro que en el Calderón no va a lograr ninguno. Para terminar de ser cuestionado. Hoy, finalmente, ha llegado ese día. Torres se va al Liverpool, y a pesar de todo ello, siento pena. Pocos jugadores han defendido la camiseta del Atlético como Torres, pocos han aguantado tantos palos por amor a unos colores, y pocos lo habrán hecho de una manera tan injusta. Atrás quedan sus deseos de proclamarse campeón con el Atleti, el equipo de toda su vida y del que, en condiciones normales, nunca debería haber salido. Atrás queda ilusionarse con los fichajes de cada verano en vano, para terminar logrando siempre los mismos fracasos. Atrás queda una afición que le admira y que le quiere, que llora su marcha pero que la entiende. Una afición que debe estar agradecida al delantero, al "Niño". Porque siempre será el "Niño" del Atleti. Una afición que hoy es un poco más del Liverpool.

Espero que los caminos de Fernando y del Atlético de Madrid vuelvan a cruzarse en el futuro. Cuando haya un equipo digno del delantero y de su ambición. Suerte al Liverpool. Se llevan un crack.