25.8.06

La uralita

Una de las aficiones que tenía cuando era pequeño / adolescente era irme a casa de mi vecino a gastar bromas a la gente. Supongo que todos, o casi todos, hemos pasado en mayor o menor medida por esa etapa durante nuestra edad del pavo. ¿Quién no ha hecho llamadas telefónicas a desconocidos con algún chascarrillo con el fin de echarse unas risas a costa del interlocutor en cuestión? ¿Quién no ha tocado en algún telefonillo y ha salido corriendo, o ha preguntado alguna tontería? Pero una de nuestras gracias favoritas era tirar cosas por la ventana a la gente que por la calle pasaba: huevos, globos de agua, cebollas, patatas.... Ya desde pequeños mostrábamos nuestra faceta más macarrilla, pero hubo un día que toda esa afición se desvaneció bruscamente.

Estábamos como otras veces tirando cosas y arrastrándonos por el suelo de la risa (simples que éramos... ¿o seguimos siendo?). Mi vecino (al que llamaremos de aquí en adelante El Sunder), dio muestras de su gran puntería cuando, cebolla en mano, dijo que se la iba a tirar a un coche que estaba aparcando en la urbanización de enfrente. Apuntó, disparó... y coló la cebolla por la ventanilla del sorprendido conductor, que debió, como se dice comúnmente, fliparlo en colores. El lanzamiento tuvo su mérito, si tenemos en cuenta que fue realizado desde un octavo piso. El vehículo, no obstante, siguió su camino hasta su lugar de aparcamiento. No se trataba en este caso de un parking subterráneo, sino de uno al aire libre, con la única protección de una capa de uralita que cubría la fila entera de vehículos. Ahí se detuvo el coche. Y supongo que los minutos siguientes los dedicó a pensar qué era lo que había entrado en su coche de esa manera tan expeditiva y, una vez descubierto, cómo había ido a parar la hortaliza en cuestión al interior de su vehículo. En ese intervalo de tiempo yo tuve una feliz idea. Llenamos un tetra brik recogido de la basura de agua, lo grapamos para que no se saliera el líquido elemento y nos dispusimos a lanzarlo, tal y como llevábamos haciendo un buen rato.

Le dije al Sunder que lo tirara a la uralita, que molaba mucho cómo sonaba. Dicho y hecho. Efectivamente, sonaba como un petardazo (aunque yo, dada mi poca familiaridad con la física, no había previsto que la uralita se rompiera). El destino, la puntería de mi compinche (¿o era yo su compinche?) o quién sabe qué, dispuso que el tetra brik en cuestión cayera justo al lado del vehículo cebollero, en cuyo interior aún se encontraba el atónito conductor, que debió quedarse aún más atónito al comprobar ese nuevo ataque sufrido. Debió pensar entonces que alguien quería acabar con él, y en ningún momento se le habría pasado por la cabeza que eran dos capullos con mucho tiempo libre los autores del bombardeo.

Pero la mala suerte quiso que el portero de esa urbanización viera todo lo sucedido, y tardara escasos quince minutos en venir a pedir explicaciones. Cuando le vi aparecer en la puerta de mi casa el mundo se me vino encima y pude ver claramente mi vida en imágenes en forma de película. Y era una comedia. Aunque para pocas risas estaba yo en ese momento.

Finalmente la cosa no pasó a mayores. Ni tuve que pagar los desperfectos (supongo que el seguro cubría los ataques de dos quinceañeros aburridos) ni tampoco el propietario del vehículo atacado. Pero estuvimos una buenta temporada con el miedo metido en el cuerpo y sin atrevernos a lanzar nada por la ventana... al menos desde la terraza desde la que lo hicimos aquel día.

3 comentarios:

  1. en tu descargo diré que tenías 13 años.

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  2. ¿Quién no ha hecho llamadas telefónicas a desconocidos con algún chascarrillo con el fin de echarse unas risas a costa del interlocutor en cuestión?

    Eso no irá por mí, ¿verdad?

    La de la uralita fue muy buena. Menudos terroristas estábais hechos...

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  3. Pues el pobre conductor pensaría como yo, que las cebollas están por las nubes.

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