6.4.07

Semana Santa


Ya está aquí, un año más, la Semana Santa. En multitud de localidades, no sólo españolas sino de todo el mundo, los cristianos celebran la pasión de Cristo, su muerte y su resurrección. Las ciudades de nuestro país se llenan de gente con una siniestra estética parecida a la de los activistas del Ku-klux-klan, se hacen multitud de pasos rememorando el dolor del Mesías, se escenifica su muerte, todo ello con un sentimiento ejemplar. No dudo de que para los especializados en la materia sean actos realmente emotivos, si bien yo, profano como soy, no disfruto en absoluto de ella. Disfruto, eso sí, de lo que disfrutamos todos, de los días de vacaciones.

Y todos los años podemos ver en las noticias las distintas maneras que tienen en distintos lugares de escenificar esa pasión: desde (aburridas) procesiones en las que desde alguna ventana cercana se canta una (no menos aburrida) saeta hasta crucifixiones en vivo, con sus clavos en manos y pies y todo, pasando por flagelaciones y espaldas sangrantes. ¿Todo para qué? ¿Para rememorar el dolor de aquel a quien millones de personas en todo el mundo tienen como hijo de Dios? ¿Para sentir lo que sintió él al ser humillado por los romanos en la hora de su muerte? Todo ello en un acto de gran hipocresía por su parte. Porque queda muy bonito aparecer delante de todo el mundo con una cruz a cuestas, recibiendo latigazos, ya sean propinados por uno mismo o por otra persona, y ser clavado en esa cruz. Literalmente clavado. Uno muestra una imagen de mártir ante el mundo fuera de toda duda pretendiendo entrar en una comparación con Jesucristo. Ocurre un poco como con la Navidad, cuando todos queremos ser o parecer mejores personas de cara a la galería. Pero después, ¿qué? Vuelta a la rutina diaria, a aguantar el trabajo, al jefe, a los compañeros insoportables, al vecino que pone la música a todo trapo y no nos deja descansar o a ese otro que nos cae mal y que, al verle entrar en el portal detrás nuestro, aceleramos para no tener que coincidir con él en el ascensor. La actitud tan cristiana de estos días y tan creyente muere, pues, con la propia muerte de Cristo. Entonces, ¿ya nadie quiere seguir imitándole? Y es que en el fondo, seguimos siendo "temerosos" de Dios y continuamos viéndolo como una carga y no como una bendición, que es como debería ser. No descartaría que en un futuro volviéramos a vivir algún tipo de inquisición.

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