17.3.07

Periplo londinense

Antes de caer lesionado de (poca) gravedad, el Ídolo había estado haciendo turismo por la capital de Inglaterra. Es decir, Londres. Hasta allí me desplacé con dos intenciones fundamentales: una era la de visitar a mi buena amiga Laura (también conocida como La Malandrina), y la otra, que suponía el verdadero motivo del viaje, visitar el campo donde habitualmente juega como local el West Ham United. Todo eso del Big Ben, el Parlamento, la abadía de Westminster, el palacio de Buckingham puede ser muy bonito, pero lo que yo realmente quería conocer era el estadio de Upton Park. No obstante, traté de disimular durante mi estancia para que no se notara demasiado, pues es altamente probable que nadie más comparta esa afición y me tomaran por loco. O lo que es peor, por un friki. Disfracé mi deseo con el socorrido "si me da tiempo" y me dediqué a ver lo que frecuentan los turistas en la ciudad a modo de coartada dejando la ansiada visita para el último de los cinco días que iba a estar allí.

El primero de esos días, Laura me dejó solo durante la mañana pues tenía que atender asuntos personales que requerían de su presencia. Me dejó en el centro de la ciudad, donde está la mayor parte de edificios que frecuentan los turistas, y quedamos en que después me llamaba para comer. Así pues, me puse a hacer fotos a toda aquella parte de la ciudad para justificarme, para que cuando mi padre me preguntara que si había visto tal o cual cosa, poder demostrar que sí, si bien mi mente estaba en otra parte de Londres. Aun así, conseguí arreglármelas con un mini mapa que me había dado mi padre de la zona para tratar de ver el mayor número posible de lugares susceptibles de ser visitados. Cuando llegué, además, al palacio de Buckingham, estaba comenzando el cambio de guardia, un espectáculo para turistas (las verjas estaban repletas de ellos) en el que se tiran tres horas para relevar a los soldados. Todo ello con una banda de música que hacía que más que un acto solemne aquello pareciera el circo. Seguí mi ruta solitario-turística, encontrándome cada cierto tiempo gente que hablaba en castellano de manera perfecta. Incluso cuando querían preguntarle algo a un policía, británico él, que no hablaba nada de nuestro idioma. Resultaba curioso ver los esfuerzos de uno y otros para hacerse entender, aunque algún alma caritativa solía hacer acto de aparición para tratar de ayudar a los desesperados contertulios. Por otro lado, es de agradecer que en los pasos de peatones haya señalizaciones pintadas en el suelo que indican hacia dónde debe mirarse para cruzar, puesto que su terrible manía de conducir por la izquierda es, cuanto menos, confusa para el resto de mortales, tan poco acostumbrados a ello. Poco después, por fin, vino Laura y nos fuimos a comer, aunque casi podíamos haber ido a merendar, pues eran cerca de las cuatro de la tarde (cinco en España, excepto en Canarias). Anduvimos un poco más por la zona y nos fuimos para casa, que allí anochece muy pronto y los dos somos de naturaleza asustadiza.

El día siguiente, viernes, continuamos nuestro periplo, visitando, entre otras cosas, el Puente de la Torre y paseando por Oxford Street. De hecho, por esta calle, que, como el resto de la zona, estaba realmente atestado de gente, había una tienda de Nike, en la que entré con el sano propósito de buscar alguna camiseta del Atleti. ¡¡Y la había!! Después nos fuimos a tomar algo con mi amigo Javi, que había llegado ese mismo día allí para pasar el fin de semana. Estuvimos en un típico pub inglés en el que pude degustar un par de cervezas, que por cierto, siendo tan poco cervecero como soy, no me gustaron nada, acostumbrado como estoy a la Mahou, y no demasiado a menudo.

El sábado tuvimos la suerte de contar con la inestimable presencia de Nuria, la hermana de Laura que vive allí con ella. Si ya de por sí Laura es guapa (que lo es), su hermana es insultante. Al entrar en el tren que debía llevarnos a la ciudad, vimos un señor vestido con la camiseta del Arsenal y que había colocado en el asiento de al lado un abrigo del mismo equipo, amén de otro material como un periódico y una bufanda. Vamos, un hooligan en toda regla. Cuando amablemente le pedimos que si lo podía quitar para que alguno de nosotros pudiera tomar asiento, nos miró con cara de pocos amigos. Si hubiera hablado castellano, habría entendido perfectamente cómo entonces nos dirigíamos a él, hablando entre nosotros, como "el nota este" o "el figura". Incluso Laura, que estaba sentada enfrente (al lado del hooligan estábamos Nuria y yo), nos hizo una foto en la que se le ve claramente y que, además, sale mirando a la cámara, como si fuera parte de lo que se quería fotografiar. Y con cara de pocos amigos, por supuesto. Qué mal genio gastan estos inglesitos, oiga. Anduvimos fundamentalmente por Candem Street, una calle llena de comercios en la que los edificios están pintados y decorados como si fueran parte de la tienda que tienen en el piso bajo. De ahí al Soho a comer, por la noche una vuelta por la zona del Big Ben y para casa. Ya quedaba menos para que pudiera cumplir el objetivo del viaje.

Objetivo que cumplí el día siguiente, domingo. El único día de los que estuve allí que amaneció lluvioso. Una lluvia fina, que no molestaba en exceso, y que no iba a ser capaz de impedir mi peregrinaje a ese santo lugar. Después de hacer el moñas un rato por Hyde Park y Hammersmith decidí que era el momento, que ya estaba bien. Miré fijamente y muy serio a Laura y le dije: "Ahora". Todo lo que yo deseaba acudir al estadio, ella intentaba evitarlo, pero sabía que no había otra opción si quería tenerme contento. Así que tras recorrer las 24 paradas de metro (que vaya metro, por Dios, esa es otra), llegamos a Upton Park. Eran las dos de la tarde, y allí se iba a disputar a las cuatro un encuentro entre el equipo local, el West Ham, y su máximo rival, el Tottenham. Por lo tanto, la zona comenzaba a ser un hervidero de gente. El bar más cercano al campo estaba lleno de seguidores con sus camisetas granates y con media docena de policías esperando en la puerta para evitar incidentes. Laura debió percibir la emoción que por aquel entonces me embargaba, a medida que nos íbamos acercando al estadio, porque me avisó de que si me iba a poner a llorar, ella se cambiaría de acera (físicamente en aquel momento, no se quiso referir a que iba a cambiar su tendencia sexual), así que auné todo mi valor (que tampoco es mucho así que no fue excesivamente difícil) y me porté como un hombre. Incluso cuando estuvimos al lado del aparcamiento y vi cómo algún que otro jugador aparcaba su vehículo para adentrarse en el estadio. Incluso cuando entramos en la tienda del estadio y arrasé con todo lo que encontré a mi paso dejándome en ello casi todo el efectivo que para entonces me quedaba. Todo ello lo hice con una virilidad y un comportamiento exquisitos, lo que exigía el templo en el que nos encontrábamos.

Cuando abandonamos el lugar, con lágrimas en los ojos y una bolsa de la tienda en una mano, fue cuando me di cuenta de que el viaje había merecido la pena. La vida había vuelto a recobrar sentido para mí. Se puede decir que en mi existencia hay un antes y un después, y que ese punto de inflexión lo marcó Upton Park, el monumento londinense más impresionante de los que pueblan la geografía local (porque Laura y Nuria no son londinenses).

1 comentario:

  1. Claro, cada cual va a ver los monumentos que quiere. Hay gente que va a Liverpool a ver Anfield, pudiendo ver La Caverna y otros santos lugares de la beatlemanía activa... (porque en Liverpool, aparte del fútbol y los Beatles, no hay NADA que ver, dicen).

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