El otro día estuve acordándome de esta película tras ver en las noticias las medidas de seguridad que se están tomando en algunos institutos españoles, en los que se han puesto guardias (o seguratas) para controlar que los chicos no vendan droga en el recinto escolar, lo cual no dejó de estremecerme. Aún recuerdo mis tiempos mozos en el colegio. Éramos un poco gamberros, claro, pero jamás le faltamos al respeto a ningún profesor, y si nos castigaban de alguna manera (algunos nos lo ganábamos a pulso, por cierto), siempre cumplíamos ese castigo sin rechistar, aunque lo consideráramos injusto. Cuando algún chico de cursos superiores te vacilaba, tenías que bajar la cabeza y aceptar el vacile, que tampoco solía ser demasiado humillante, por otro lado. Es decir, no había demasiada malicia. Pocos años después, cuando me tocó a mí ser el mayor y, por tanto, el abusón (o eso pensaba yo), ya vislumbré un cambio que no se me antojaba justo. Los niños pequeños (o menores que yo al menos) que serían objeto de mis vaciles, se habían vuelto unos contestatarios, y la situación de superioridad no era, ni de lejos, tal y como me la imaginaba yo. Es decir, cuando era pequeño era víctima de los vaciles de los mayores, y cuando por fin podía resarcirme de todo aquello, los niños pequeños eran casi más vacilones que los grandes. El caso es que yo nunca pude vacilar como hubiera deseado.Pero ahora la situación se ha desmadrado. Ahora son los alumnos los que agreden en muchos casos a los profesores, y son éstos los que acuden a los centros atemorizados. Para colmo estuve hablando con dos amigos y hermanos entre sí que están trabajando de profesores que me estuvieron contando experiencias personales realmente preocupantes. Pero lo que más me indignó fue la insolencia de los padres, aún mayor que la de sus hijos. Y me pusieron un ejemplo esclarecedor: Un alumno que había tenido una pelea con otro y que le había propinado un cabezazo (un skin, según me dijeron) y que, al comunicárselo a los padres del agresor, éstos dijeron indignados que eso era mentira, que su hijo no hacía esas cosas, poniendo de embusteros a los educadores del centro. Ante eso, evidentemente, el niño se crece, y hace aún más lo que le sale de las narices. Y así estamos como estamos ahora, que es más seguro acudir a una cárcel que a un instituto.

